miércoles, 20 de mayo de 2009

TUYO, MIO.

Un lunes después de las once de la noche, las bebidas alcohólicas se compran en los almacénkioscos correspondientes a cada barrio. Los deliveries, fuera del fin de semana, no trabajan o tienen precios más condicionantes que los controles de alcoholemia. Cuanto más te alejas del centro de Buenos Aires, más tenés que moverte por el alcohol. Como “ir a tomar algo a algún lado” es una práctica en desuso, surgen los voluntarios para salir en búsqueda de las cervezas, los vinos, o lo que requiera la noche. Por lo general, son dos personas más envases, y en el mejor de los casos, una de ellas con auto.
Así fue. Julián y Sergio salieron en el auto del primero. Un tour de doce cuadras en total que a la noche parece mucho. No hay tiempo para hablar, más allá de: -“Doblá en esta.” o “Faltan tres cuadras más”. La idea es comprar y volver rápido a la charla que sigue en la casa.
-“Che, ¿pusieron guita todos?” –pregunta Julián mientras frena para pasar un lomo de burro.
-“Me parece que no. Tengo sólo diez pé.” –responde Sergio y deja escapar un flato silencioso que no tarda en oler, pero antes de hacerse cargo escucha uno ruidoso de parte del conductor.
-“¡Fah! ¡Qué lindo!” –exclama Julián- “Estoy en todo mi derecho, es mi auto, sentí”-dice mientras larga el volante para mover las manos como quien intenta sentir el aroma de una salsa en plena cocción. –“¡Qué bouquet, papá!”.
Sergio no se queja, no aclara, ni atina a bajar la ventanilla, sabe que el olor que inundó el auto es de su autoría. Al llegar a destino baja del auto diciendo: -“Dejá, voy yo. Dejo que te lo fumes solo, sucio.” – y ríe.

® Gustavo Guaglianone - Mayo 2009.